Un niño quiere llegar al mar. El sistema se lo impide.
No hay tramas más universales que el deseo inocente enfrentado al muro de lo imposible. Pero si ese muro es real, militar, y forma parte del conflicto más polarizado del siglo XXI, el guion trasciende la pantalla y entra en el terreno minado de la política.
The Sea, ganadora del premio a Mejor Película y Mejor Guion en los Ophir 2025 (los Goya israelíes), con guion y dirección de Shai Carmeli-Pollak, cuenta una historia sencilla y desgarradora: Khaled, un niño palestino de 12 años, quiere cumplir el sueño de bañarse en el mar. Vive en la Cisjordania ocupada. Para llegar a la costa de Tel Aviv, debe sortear los checkpoints del ejército israelí.
Y esa mínima línea argumental ha
sido calificada por el ministro de Cultura, Miki Zohar, como una “bofetada” a los ciudadanos israelíes. Como represalia, ha anunciado que eliminará todo financiamiento público a los premios Ophir a partir de 2026.
La paradoja está servida: una película financiada parcialmente con fondos públicos se convierte en representante oficial de Israel para los Óscar… y al mismo tiempo en el blanco de una ofensiva política para
silenciarla.
El cine israelí frente al espejo
La historia no comienza aquí. Desde hace décadas, el cine israelí más valiente ha explorado el conflicto desde perspectivas disidentes. Sin embargo, el caso de The Sea es distinto: no es sólo el contenido, sino el consenso que ha generado entre los propios profesionales del cine israelí lo que ha generado una reacción virulenta
del gobierno.
Assaf Amir, presidente de la Academia Israelí de Cine y Televisión, fue claro: “Ante los ataques del gobierno a la cultura, la elección de The Sea es una respuesta rotunda”. Baher Agbariya, productor del film, añadió: “La película trata del derecho de todo niño a vivir en paz. No renunciaremos a ese derecho”.
Desde la escritura dramática, lo que plantea The Sea es
de una potencia insólita: una historia mínima que desmantela una narrativa de Estado. Porque desplaza la lógica del discurso oficial (seguridad, legitimidad, amenaza) por una lógica íntima, emocional, radicalmente humana.
Judíos en disidencia: del cine a los Emmy
La disidencia no viene ya solo de fuera. Cada vez más figuras judías alzan la voz contra las políticas del gobierno israelí. La actriz Hannah Einbinder lo
expresó días antes, al recoger su Emmy por Hacks: “Es nuestra obligación distinguir entre el judaísmo y el Estado de Israel. ¡Palestina libre!”.
Lo dijo en directo, frente a millones de espectadores. Fue una escena guionizada por ella misma. Un “plot twist” en la gala que también responde a este movimiento creciente: la emergencia de una conciencia judía crítica desde dentro, donde guionistas, cineastas, actores y
ciudadanos reescriben el relato oficial.
No Other Land: la línea que une dos autores, dos pueblos, un relato común
En este nuevo paisaje cultural también resuena con fuerza No Other Land, obra ganadora del Óscar 2025 a Mejor Documental. Dirigido por cuatro cineastas —entre ellos el palestino Basel Adra y el israelí Yuval Abraham— el film documenta las demoliciones y desplazamientos
forzosos en Masafer Yatta, Cisjordania.
La película, firmada por voces enfrentadas geopolíticamente pero unidas narrativamente, se convirtió en símbolo de un cine que no elude el conflicto, sino que lo encarna desde dentro, con la honestidad del testigo directo y la poética del observador crítico.
Ambas obras —The Sea y No Other Land— representan un mismo
pulso: la voluntad de contar lo que no se quiere oír. De generar empatía donde hay propaganda. De construir verdad dramática donde hay censura institucional.
La tensión dramática se traslada al mundo real
Para quienes escribimos, The Sea funciona como caso ejemplar: demuestra que un guion bien estructurado, aunque íntimo, puede trascender fuerzas políticas y mediáticas colosales. A su vez, es
más efectivo que cien manifestaciones irascibles. ¿Por qué?
Porque los relatos que conmueven, que agitan los corazones desde lo profundo, son más potentes que los manifiestos.
El poder no teme al cine por lo que dice, sino por cómo lo dice. Por la mirada. Por desplazar al espectador de su centro ideológico, de la mente y sus argumentos, para
obligarlo a mirar con los ojos de otro.
Como guionistas, como creadores, como narradores de conflictos, este episodio nos devuelve a una pregunta esencial:
¿Qué hace que un relato adquiera poder real?
No es el suspense.
No es la trama.
No son los
diálogos.
Por supuesto, no es el presupuesto.
Ni los efectos visuales.
Es la capacidad de empatía que genera.
La posición ética que toma.
La forma en que desplaza los marcos dados e ilumina con una nueva
mirada.
The Sea no es solo una película. Es un acto narrativo de resistencia a través del retrato humano.
Como tantas veces, el arte ha llegado donde el periodismo o la política no llegan: a contar con sensibilidad y detalle lo que muchos no quieren ver o reducen a través de un relato más llamativo o grueso.
Un ministro podrá recortar presupuestos, pero jamás podrá desactivar el impacto de una historia bien contada.
Mientras tanto, la paradoja arde y la película competirá en los Óscar 2026 como representante oficial de Israel.
Y lo hará con una historia mínima: un niño, un deseo, una barrera.
El mar al que quiere llegar
Khaled no es sólo el Mediterráneo. Es un símbolo. El mar que un gobierno le niega pero que el cine, al menos por ahora, le permite alcanzar.
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